En
la orilla del río Magdalena, vivía una familia de ponches muy gorditos.
El
papá ponche y la mamá poncha habían tenido tres hijos. En esta familia todos
cumplían las reglas del hogar. Esta familia no era como otras familias de
animales porque las reglas estaban muy claras y todos las cumplían al pie de la
letra.
El
papá ponche les recordó la regla número uno a sus hijos:
-
No pelear. Con las peleas no se logra nada
bueno.
Luego
les dio la regla número dos:
-
No salir solos de la casa hacia el bosque,
es muy peligroso, hay animales carnívoros como los pumas y los coyotes.
El
papá ponche les dio la regla número tres:
-
No deben entrar al río hasta que crezcan y
puedan nadar.
Luego
se fueron a dormir esa noche.
Pero
algo con lo que el papá ponche no contaba es que uno de sus hijos, el
ponchecito más pequeño, era muy inquieto.
Una
tarde, el papá ponche y la mamá poncha salieron a hacer unas vueltas y el
ponchecito aprovechó esto y se salió por el hoyo del patio. Tenía mucha
curiosidad por conocer el río. Llegó hasta la orilla y se tiró al agua.
De
pronto se dio cuenta que estaba mojado y que el agua se le metía por todas
partes y no lo dejaba respirar. Sintió que era muy profundo y sus paticas
cortas no alcanzaban la tierra firme. El ponchecito empezó a gritar pidiendo
auxilio.
En
la otra orilla, a lo lejos, estaba durmiendo sobre la arena un viejísimo caimán
aguja que había perdido todos sus dientes por la edad y se había vuelto
vegetariano. Al escuchar los gritos del ponchecito, el caimán se lanzó en su
ayuda.
Cuando
el ponchecito vio cerca al enorme caimán pensó que se lo comería y se asustó
mucho, pero el caimán le dijo que él era vegetariano y solo quería ayudarlo.
Entonces cogió al ponchecito y lo subió sobre su lomo y lo llevó nuevamente a
la orilla.
Cuando
el ponchecito pisó tierra firme se sintió aliviado y le dio las gracias al
caimán. El viejo reptil le dijo que se alejara del río porque había otros
caimanes jóvenes a los que les gustaba la carne de ponche. Luego se fue nadando
río abajo.
Cuando
llegaron los padres del ponchecito lo encontraron aun en la orilla del rio todo
mojado y asustado. Rápidamente lo llevaron a la casa y le dieron a beber agua
de yerbas para que se calmara.
Después
de un rato, el papá del ponchecito le recordó las reglas que había desobedecido
y le enseñó que a los ponches desobedientes le pasan cosas malas como esas.
El
ponchecito aprendió a obedecer a sus padres y a cumplir las reglas de la
familia.
Fin.
Imagen tomada de: http://elponchecolombiano.blogspot.com.co/
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Autora: Andrea Tatiana Mármol Hernández
Grado 3º - Julio
22/2016
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